Román Rodríguez Curbelo
La docente del Máster en Psicoterapia de UNIR, Xenia García, explica el funcionamiento de algunos acontecimientos vitales y cómo mediante determinados procedimientos terapéuticos pueden superarse estos golpes emocionales.
A lo largo de la vida de una persona pueden suceder hechos singulares, difíciles de procesar, que desembocan en periodos más o menos largos de adaptación a unas nuevas circunstancias. Vivir conlleva, muchas veces, padecer traumas y afrontar duelos.
El concepto de trauma deriva del griego y significa herida. Hoy se utiliza para denotar esas heridas psicológicas que permanecen tras un evento vital duro y emocionalmente muy estresante y que puede impactar y manifestarse de muchas maneras.
Nos damos cuenta nosotros mismos del trauma o lo aprecian quienes nos rodean, y se nota mediante malestar de origen cognitivo, emocional y/o somático. Xenia García, docente en el Máster de Psicoterapia de UNIR, explica que procesamos toda esta información por diferentes canales:
- Visual: lo que vemos o imaginamos.
- Cognitivo: lo que pensamos, cómo lo percibimos nosotros mismos y los demás de manera interna y externa, lo que sucede fuera.
- Emocional: lo que sentimos.
- Somático: sensaciones y síntomas que notamos en nuestro cuerpo.
“Si la información es neutra, agradable o levemente estresante, podrá ser procesada de forma adaptativa, sacando un aprendizaje y desechando lo que ya no es útil para nuestro sistema. Es lo que se conoce como información adaptativa”, explica la experta.
Sin embargo, cierta información puede no llegar a procesarse del todo, o no correctamente, y entonces queda atrapada en el sistema nervioso tal y como se vivió, bajo los mismos pensamientos negativos, las mismas creencias limitantes, las emociones desagradables o las sensaciones abrumadoras.
Un día podemos ahogarnos comiendo un trozo de manzana. Si no procesamos esa experiencia, la siguiente ocasión en la que comamos cualquier fruta, o incluso ante el simple hecho de comer, podremos tener pensamientos del tipo “estoy en peligro” o “voy a morir”.
Sentiremos miedo, desesperación, dificultad para respirar y hasta opresión en el pecho. “Esto sucede porque la información peligrosa se guarda de forma diferente en nuestro cerebro para poder sobrevivir. Damos sentido a lo que nos rodea, lo asociamos así a información previa, y puede suceder de forma automática. Por lo tanto, no siempre somos conscientes de dónde viene”, explica García.
La psicóloga profundiza en una de las muchas soluciones para superar estas vivencias aún por resolver: el EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing).
EMDR
Con el modelo EMDR, durante las sesiones se ayuda al cerebro a que procese lo que en su momento no pudo. Se conecta la información con redes adaptativas de memoria, se desecha lo que ya no es útil y se aprende.
El EMDR es un modelo de terapia integrador que, según la docente de UNIR, permite así abordar y procesar directamente el trauma. Parte de diferentes tipos de estimulación bilateral: visual (movimientos oculares sacádicos horizontales), táctil (toquecitos o tapping) y auditiva (sonidos bilateralizados).
La idea es aprovechar el Sistema de Reprocesamiento Adaptativo de la Información (PAI) del que dispone el cerebro, encargado de “digerir” la información y llevarla a un estado de resolución adaptativo.
Esto ocurre sobre todo cuando dormimos. En una de las fases profundas del sueño, la conocida como fase REM (Rapid Eyes Movement, movimientos oculares rápidos), el cerebro mueve los ojos de un lado para otro en horizontal para activar los hemisferios cerebrales y procesar la información.
Duelo
El duelo, por su parte, deriva del latín dolus, es decir, dolor. Dolor durante una pérdida, normalmente. Un duelo normalizado depende de multitud de factores. En función de la persona, puede durar entre uno o dos años, y depende de las herramientas que tenga a su alcance para manejarlo y, en última instancia, aceptarlo e integrarlo.
También del apoyo recibido y percibido, de los duelos previos que haya padecido o de cómo se haya producido. Influye igualmente si la pérdida fue o no inesperada o traumática, o si hubo posibilidad de despedida.
Y del tipo de desencadenante: un despido laboral, una ruptura sentimental, la pérdida de expectativas en ciertos aspectos, la muerte de un ser querido… Las personas no se sienten igual en todas las fases ni, por lo tanto, experimentarán los mismos síntomas ni la misma intensidad de estos.
Por otro lado, Xenia García matiza al respecto: “El duelo patológico será aquel en el que los síntomas se vuelven incapacitantes, nos desbordan o nos impiden hacer nuestra vida”. En ese caso es conveniente acudir a terapia.
Adaptar la terapia al paciente
La Psicología ha desarrollado a lo largo de los años numerosas terapias y herramientas con las que superar traumas y duelos.
Unas que tratan de forma directa, como el EMDR, y otras más indirectamente, como las técnicas proyectivas (dibujar, la técnica de la caja de arena…). Unas u otras se emplearán y se combinarán, para adaptar el proceso terapéutico a las necesidades y distintos ritmos de cada paciente.
Hay que adaptar la terapia a las necesidades y ritmos del paciente.
Porque esa es otra de las claves de una terapia exitosa: controlar los particulares tiempos de quien se tiene enfrente.
Ir demasiado deprisa en la recogida de información o emplear herramientas, como el humor o formular preguntas demasiado directas, sin todavía haber ganado cierta confianza con el paciente, puede activar sus defensas psicológicas y dificultar que confíen en el profesional o que se sientan seguros. El vínculo entre psicólogo y paciente se resiente.
Y sin vínculo, no hay terapia.
Cuestión de apego
“El paciente nos puede decir que cuando salía del colegio no había nunca nadie para recogerlo y esperaba sin saber cuándo llegaría alguien. Y nosotros, como profesionales, llegamos tarde por sistema, sin avisar”, ejemplifica la experta.
Ahí incurriría el psicólogo en el error de repetir fallos de apego que padeció el paciente en la historia de su vida. Xenia García, de hecho, está especializada en este ámbito.
El apego, en esencia, es una profunda conexión emocional, psicológica y personal que proporciona a las personas una sensación de seguridad. Es igualmente una necesidad básica que experimentamos desde que nacemos y que se construye conforme se vive.
No obstante, en esa construcción del vínculo puede no generarse seguridad. Es lo que se conoce como un apego inseguro, producto de amores condicionados, de carencia de afecto positivo o sencillamente por haber poca conexión emocional, entre otros factores.
El Máster en Psicoterapia de UNIR pone en práctica todos estos conocimientos y modelos terapéuticos de origen científico mediante un claustro profesional de amplia experiencia y práctica clínica. La teoría es sencilla y se aborda desde ejemplos eminentemente prácticos y desde los conocimientos de los docentes.