Elena Pérez Álvaro
Los conflictos y emergencias mundiales afectan al patrimonio cultural material e inmaterial en muchas partes del mundo. Las guerras, los efectos del cambio climático o incendios intencionados son sólo algunas de las causas de su destrucción. Y es que la identidad individual y colectiva asociada a lugares de patrimonio es fundamental para la política y, en consecuencia, es manipulada por los gobiernos en el poder.
La política atribuye nombres, mitos y un valor efectivo a las cosas que se convierten en recursos culturales, y cada Estado desarrolla su propia política en materia de patrimonio en función de lo que le valga la pena preservar. Esta identificación de una persona con un lugar o un objeto se establece porque la persona se reconoce con el lugar u objeto y siente algo relacionado con él. A este respecto, Smith (2006) concluye que el verdadero sentido del patrimonio se produce cuando nuestras emociones y nuestro sentido del yo están verdaderamente comprometidos. Por eso, el patrimonio no se valora por la información específica que contiene, sino por las nociones que evoca entre las personas.
Aunque es bien sabido que el patrimonio está vinculado a la política, hay complejas transacciones en torno a él que parecen alejadas de la lógica, como los intereses extranjeros y el cálculo militar. El patrimonio es un término que está siendo utilizado por diversos actores para alcanzar objetivos políticos. Declarar un objeto o un lugar como “patrimonio” ya implica la exclusión o la inclusión de otras naciones y las reacciones de otros actores.
El patrimonio como memoria colectiva
El proceso de destrucción o eliminación de objetos, prácticas o lugares significativos, como puede estar ocurriendo en la invasión de Ucrania por parte de Rusia, no es sólo un proceso destructivo, sino un proceso de creación de una nueva memoria colectiva. Y es que el borrado de imágenes de otro régimen, religión o nación son habituales, como la destrucción de imágenes durante la Revolución Francesa o la destrucción de los Budas de Bamiyán por el régimen talibán.
En 2001, los talibanes hicieron explotar dos estatuas gigantes de dos budas de más de 1500 años de antigüedad. Las acciones no sólo iban dirigidas a destruir parte del patrimonio de la humanidad, sino a borrar las huellas de la cultura de los habitantes de Biyamán. Según Han at al. (2018), las estatuas eran algo muy valioso para los Bamiyán, parte de la identidad de estos habitantes y un símbolo de orgullo. La política del pasado, del presente y del futuro se entreteje en estos procesos.
Reconocer el uso del patrimonio como arma política ayudará a los interesados y a los responsables políticos a protegerlo, no sólo en beneficio de una nación, sino de la humanidad. Hay que tener también en cuenta el patrimonio inmaterial, que es tan poderoso como el material, aunque su protección es especialmente difícil. La prohibición de ritos y costumbres de comunidades ha llevado a, en muchos casos, denominar las acciones como “etnocidios” donde se intenta destruir una cultura.
En el caso de la destrucción de los Budas, y no sólo de las matanzas en masa, los talibanes están intentando no sólo diseminar el terror sobre la población Hazara, sino también implementar la creencia e ideología talibanes. Son no sólo técnicas culturales (eliminando la posibilidad de los jóvenes Hazaras de tener a los budas como parte de su identidad cultural) sino además que son técnicas morales, debilitando con la destrucción de esos bienes tan preciados las creencias espirituales (Moses, 2013).
Es importante para la comunidad reconocer el valor del patrimonio como parte de su identidad cultural e histórica.
En este artículo se reconoce la necesidad de reconocer los intereses políticos que hay detrás de cada inclusión de un sitio como patrimonio. La gestión y preservación del patrimonio cultural podría ser una “excusa” para encontrar un terreno común en las disputas políticas ya que parte de la estrategia de poder de un país es la diplomacia. La diplomacia se ocupa de la interfaz de los conflictos y la pacificación, y consiste en la conducción de las relaciones por y entre los actores internacionales. Es necesario reconocer la utilización del patrimonio como símbolo de paz.
Algunos profesores del Máster de Gestión del Patrimonio Cultural y Natural de UNIR son miembros expertos del Escudo Azul, la única organización creada y con un mandato de derecho internacional para preservar el patrimonio cultural en ese contexto. El Escudo Azul es una organización internacional de carácter voluntario que se creó en 1996 para tratar de proteger el patrimonio cultural durante los conflictos. En la actualidad, su cometido se ha ampliado para incluir la protección del patrimonio cultural durante y después de las catástrofes naturales.
Es importante para la comunidad reconocer el valor del patrimonio como parte de su identidad cultural e histórica. Si hacemos a la comunidad partícipes de la importancia del mismo, será más fácil dejar de utilizar este recurso cultural como arma política y utilizarlo como arma de conciliación.
*Elena Pérez Álvaro es profesora de Modelos de Gestión en el Máster de Gestión del Patrimonio Cultural y Natural de UNIR.
Referencias bibliográficas
Han, J., Bawary, M. R. y Bruno, A. (2018). Los Budas de Bamiyán: cuestiones de reconstrucción. Revista del patrimonio mundial 86: 40-45.
Moses, D.A. (2013). Raphael Lemkin, Culture, And The Concept Of Genocide. In: Bloxham, D., and Moses, A. D. (Eds.). The Oxford handbook of genocide studies. OUP Oxford: 19-41.
Smith, L. (2006). Uses of Heritage. London and New York: Routledge.
